domingo, 14 de noviembre de 2010

Memorias de un guante rojo

Hace ya unos días que no salgo de esta pocilga. Lo peor es que este desorden es consentido porque me recuerda a Tony, quizá debido a que la costumbre de dejar que la basura coja su sitio en la casa la absorbí de él mismo. Dejo todo tirado por ahí como en un intento desesperado de romper con el espacio-tiempo; no hay nada que desee en este mundo más que viajar atrás, cruzar cualquier puerta para cambiar lo estúpido de aquel combate. Nunca pensé que Tony caería así, pero por otro lado, tampoco pensé nunca que un cuerpo humano podía aguantar unos golpes que hubieran tirado abajo una pared de hormigón. De todas formas ya no importa. Es la resaca, supongo. Esto de ir acordándose de los malos tragos y pasar el rato suspirando penas por lo que podía haber sido y nunca fue.


Mi trabajo ahora ya no me motiva. ¿A quién voy a entrenar? ¿Para qué? Ningún boxeador podrá nunca, en el caso de que tenga esa inquietud, sacar de arriba a los que se comen el pastel. Y sé que me quedan cosas por contar, trucos que transmitir y ni siquiera Tony conoció. Quizá sean los menos importantes, porque Tony ganó peleas imposibles sin conocerlos. La última pelea fue la total excepción. Lo que más recuerdo es la muchedumbre en las gradas. Era como un fuego que lo quemó todo y se consumió a sí mismo. Ahí está la pista, el único truco que yo no conozco. La gente vale más que uno solo, más que solo Tony Lavette, que solo yo, pero alguien tiene que dar la cara. Ahora sé que si toda esa gente que fue a ver el combate se hubiera unido, hubieran actuado en pro de la idea que todos tenían, Lorenzo y Tony habrían ganado a la vez.


Después de todo, creo que miles de guantes hacen más que uno solo, así que me he propuesto enseñar boxeo 'al por mayor', educar en la pelea crítica al mayor número de jóvenes que me sea posible. Quiero que aprendan a ser sutiles, a buscar los puntos débiles del contrario, a aprovecharlos y dejar la fuerza bruta a un lado. Tienen que ser más rápidos que Tony, más fuertes que Lorenzo para aguantar con estoicismo los golpes bajos y perseverar: tienen que ganar a los puntos. Sé que es la mejor estrategia que se puede seguir, la mejor manera de soportar la fuerza dentro sin que nadie se desboque. Es difícil de comprender, hablando de boxeo y de algo muchísimo más grande a la vez; tan grande, que bien valdría un mundo.

Es necesario que todos luchen por lo mismo, poco a poco, sin jugárselo todo a una carta. Es necesario que los niños que nazcan sean educados en la cultura de la pelea sin knockout, en la pelea de la persistencia, en la pelea sin pelea. Quisiera que los guantes quedaran al final como un símbolo, un recipiente lleno de puño cerrado levantado en señal de victoria. Eso y nada más. Ir encajando golpes, dándolos a la vez, donde duelen más, para ir dejando sin piernas ni velocidad al oponente. Poco a poco, todos los peces gordos que sujetan a ese falso campeón con su dinero verán que millones de personas peleando a los puntos los van a dejar fuera del juego. Verán que de poco vale ese cinturón y ese papel, ese título o trono en que fundamentan la palabra campeón, y la usan como privilegio y referencia. Sé que en un ring cualquiera de ellos duraría poco por separado y en un encuentro frontal. Todos deben hacer presión, levantar bien la guardia y ser rápidos, pero sobre todo pacientes.


Cuando la idea se haya extendido por completo y los de arriba se den cuenta de que ya no van a engañar más a nadie, entonces la esfera grande habrá reventado y la pequeña ocupará la superficie, cambiando el significado de esa última y relacionándola de nuevo con los retoños de la sociedad que boxea por que todo el mundo pueda usar los guantes de vez en cuando, entonces yo ya estaré muerto. Son varias las cosas que me preocupan de todo esto. Aún no sé cómo llamaré la atención de tantos y tantos jóvenes que hoy en día están más pendientes del fútbol y de otro deporte nuevo llamado shopping que del boxeo. Ese será el primer reto, hacerles caer en la cuenta de que todos están vencidos ya, si aceptan que el campeón es quien es y nada se puede hacer. Pero, ah, lo peor no es eso; lo peor es que cuando haya conseguido que toda una generación pelee por lo que le pertenece, habrá que esperar muchos años de combate para que los jueces, la historia, dé el combate por terminado, y el cinturón de los pesos pesados se reparta entre todos, porque todos (y no unos pocos) han ganado un combate épico a los puntos. A los puntos. Poco a poco. Pero a la vez, cuánto me cuesta comprender esto que quiero enseñarles, cómo se revuelve dentro de mí un instinto salvaje que me incita a lo que precisamente les pido que eviten. La paciencia humana siempre ha sido débil y corta. Es triste saber que habré dado parte de mi vida luchando por un fin que yo no veré de esta parte, que no veré de cerca más que como una idea o una profecía. Dar mi vida por un objetivo cuya consecución solo podrán disfrutar mis tataranietos, por otro lado, me llena de satisfacción. Dar la vida por una lucha de momento tiene que ser suficiente. Al final ganaremos el combate sin pelear, porque el golpe ya estará dado antes de que soltemos el brazo, antes de que se quieran dar cuenta. Ganaremos el combate a los puntos. Por Tony, por Lorenzo, por Él. A los puntos.

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