lunes, 1 de marzo de 2010

Velocidad de los Jardines, de Eloy Tizón




Hace tiempo me pasaron por internet un cuento que se llamaba Teoría del hueco. La primera vez que lo leí no me gustó, pero durante la segunda le encontré algo, y a la tercerá me terminó por convencer. Entonces pensé que aquel internauta que debió de escribir el cuento se merecía poder publicarlo en condiciones, pero yo qué sabía; era de Eloy Tizón.
Eloy Tizón es uno de los más grandes cuentistas que tenemos hoy en España. Existen otros jóvenes y con mucho talento, como Zapata, Monzó (menos joven) Loriga (menos talento), pero el caso de Eloy es de esos de archivar a parte. Desde que publicó aquel Velocidad de los jardines, no volvió a publicar ningún otro cuento hasta Parpadeos, volumen al que pertenece el relato que mencioné al principio de esta entrada. No he leído Parpadeos. No he leído ninguna novela de Eloy Tizón. Pero lo haré, y lo haré porque este señor se merece que le prestemos atención.
Velocidad de los jardines comienza con un cuento que se llama Carta a Nabokov, pero a quién le importa el título. Lo que importa de Tizón es que escribe como pocos hombres pueden escribir. Tizón parece de otro mundo, de verdad. Empiezas a leer y enseguida te das cuenta de que estás ante otra cosa; te das cuenta de que la poesía surrealista ha bajado del pedestal y te está acariciando el pelo y mordiéndote los labios. Tizón bebe de la tradición poética, porque parece un poeta que escribe cuentos. Parece un poeta que entiende de estructura narrativa, y lo fusiona de tal manera que lo que sale es una joya, una piedra preciosa. Tienes en las manos el librito, lo vas leyendo y de repente piensas en que no le vas a dejar el libro a nadie, no sea que lo ensucie de grasa, o que se doble una esquina, o que te lo roben (¡NO!). Lo lees y al principio piensas que este tío está loco, qué cosas escribes, ¿cómo va a caber un mar en un catalejo?, ¿un bosque de pinos en una concha?, y luego sabes que sí, que todo eso cabe, sabes que los puedes oir, oler, tocar.
Hay otros cuentistas que tiran de una prosa poética, como Clarice Lispector o a veces Cortázar o el mismo Rulfo; pero, de veras lo digo, nunca había leído algo como lo de Eloy Tizón. Pablo Neruda, Cernuda, Aleixandre, algo de Pedro Salinas y Lorca. Todo eso está dentro y pasado por un fondo de agua clara de manantial cristalino, pero tan cristalino que a veces te ciega. Es el único pero de Velocidad. A veces es tan dulce, o lo que sea, pero tan poético, que crees que eso se puede leer como un cuento normal y te atiborras. Y luego te dan ganas de vomitar. No es un volumen para leer de seguido. Es para intercalar con una novela u otro volumen de cuentos. Es, sobre todo, para releer de vez en cuando. Hay cierta sensación de que encuentra Tizón un molde que puede repetirse. Está perdonado, joder. Totalmente reconmendable. Ah sí, surrealismo, imágenes visionarias, símbolos absurdos y tal, sí. Pero eso, para una clase de literatura.

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